SANTIAGO – América Latina tiene un nuevo producto de exportación: la reacción populista. Primero arribó a las cálidas y receptivas costas del Mediterráneo para nutrir el apoyo a Syriza en Grecia y a Podemos en España. Ahora ha llegado al Reino Unido.
A quienes conocen América Latina les resultará conocido el corbynismo, la ideología de Jeremy Corbyn –miembro del parlamento británico que admira a Hugo Chávez, justifica la invasión de Ucrania por parte de Putin, y ahora el líder del venerable Partido Laborista. El corbynismo propugna el financiamiento monetario de los déficits fiscales (que ahora se llama «relajación cuantitativa del pueblo»), la nacionalización de las industrias (empezando por los ferrocarriles), y el fin de la competencia y de la prestación de servicios públicos por privados. Estas son posturas que el ex Primer Ministro Tony Blair y sus simpatizantes pensaban -equivocadamente, al parecer- que habían consignado al basurero de historia.
Por supuesto que este nuevo populismo (compartido por Bernie Sanders, el rival de Hillary Clinton) tiene mucho de qué alimentarse. Como lo ha enfatizado Martin Wolf, la crisis financiera de 2008-2009 hizo que muchos votantes se enojaran -y con razón- con «los codiciosos plutócratas y sus lacayos en la política y los medios». El premio Nobel Paul Krugman (quien a veces parece corbynista, pero no lo es) y Wolfgang Munchau subrayan que la izquierda moderada en Europa perdió apoyo popular por estar demasiado dispuesta a aceptar la versión extrema de austeridad fiscal exigida por Alemania y sus aliados de corte ortodoxo.