Los mercados y la calidad de las escuelas
SANTIAGO – Hoy día, las escuelas privadas están en gran expansión en todo el mundo, y especialmente en los países en desarrollo. Según The Economist, en 2010, en dicha parte del mundo existían alrededor de un millón de escuelas privadas. Este número ha ido en rápido aumento. Desde América Latina a África y al sur de Asia, las escuelas privadas están penetrando en comunidades – pobres, en su mayoría – en las que el Estado ha sido lento a la hora de proveer servicios.
Esta tendencia ha resultado ser polémica. La combinación de los mercados y la educación es blanco de tres críticas principales. La primera se enfoca en la justicia distributiva: si todo, incluso la educación, se encuentra en venta, quienes dispongan de más dinero adquirirán más. La desigualdad de conocimientos (y, por lo tanto, de ingresos) de una generación pasará a la próxima, quizás de forma ampliada.
Esto es preocupante, especialmente en vista de la desigualdad cada vez mayor de la distribución del ingreso en los países desarrollados. Sin embargo, desde hace tiempo, los economistas comprenden que la distribución de la riqueza, como lo expresa John Stuart Mill en sus Principios de Economía Política, es «una cuestión de la institución humana solamente». Es decir, la producción basada en el mercado es una cosa; la distribución es algo muy distinto, y ella puede ser influenciada por políticas.
La subvenciones son un ejemplo. Los alumnos que las reciben, como en el caso de Suecia o Chile, pueden obtener tanta educación como lo permite la subvención, no el ingreso de sus padres. Estos esquemas son objeto de críticas válidas, entre ellas, la que se hace en Chile de que las subvenciones pueden ser demasiado bajas para adquirir una educación de calidad; no obstante, por lo menos en principio, las subvenciones y otras formas de asistencia financiera pueden hacer que, si se la desea, la educación privada sea accesible para todos.
La segunda crítica es que el funcionamiento de los mercados de la educación es deficiente. Sabemos, a partir de estudios sobre la economía de la información imperfecta, que los mercados tienen problemas cuando lo que se compra y lo que se vende no se puede observar ni medir. La educación parecería estar plagada de tales problemas.
Los alumnos, sobre todo los más pequeños, no pueden observar el esfuerzo pedagógico de sus profesores. Los padres, especialmente si carecen de mayor educación, no pueden evaluar la calidad de la educación de sus hijos. Por lo tanto, es posible que las escuelas privadas con fines de lucro entreguen un nivel de enseñanza bajo y una calidad insuficiente.
Se han llevado a cabo muchas investigaciones que miden la gravedad de estos problemas en la práctica y, en consecuencia, si el desempeño de las escuelas privadas es mejor o peor que el de las públicas. Abundan los ejemplos, en países ricos y pobres por igual, de escuelas con fines de lucro poco fiables, que engañan a los padres y desatienden a los alumnos (la impostora Trump University de Donald Trump viene al caso). Sin embargo, dichas investigaciones no llegan a conclusiones tajantes por diversos motivos, entre los que destaca que las escuelas públicas enfrentan sus propios problemas de incentivos, los que suelen estar asociados a falta de esfuerzo docente, ausentismo y huelgas frecuentes.
Además, estadísticamente es difícil separar el valor agregado por la escuela de las características de las familias cuyos hijos asisten a ella. Por ejemplo, si una familia motivada opta por una escuela privada, sus niños rendirán más, pero esto no obedece a ninguna característica de la educación privada en sí.
La tercera crítica es que la educación puede degradarse cuando se la compra y se la vende. Michael Sandel, de la Universidad de Harvard, sostiene que los mercados deberían tener límites, y que hay ciertas cosas que no se puede (o no se debe) permitir que el dinero adquiera.
Por ejemplo, todos sabemos de manera intuitiva que contratar a alguien para que actúe como un amigo, no es lo mismo que tener un amigo. Dada la dignidad inherente al ser humano, las sociedades modernas prohíben que las personas se vendan a sí mismas, o a sus hijos, como esclavos. Y las democracias no permiten la venta de votos porque ello degradaría las elecciones.
¿Se encuentra la educación en la misma categoría? A los profesores (hace tiempo que lo soy) nos gustaría creer que hacemos nuestro trabajo motivados por el amor a aprender y enseñar, y que nuestro esfuerzo y dedicación no son algo que el dinero pueda comprar fácilmente. Los críticos afirman que transformar la educación en un commodity, de algún modo la degrada.
Los padres que en los países pobres han estado acudiendo en gran número a escuelas privadas, probablemente estén en desacuerdo. Hoy día en Chile, el 53% de los niños asiste a escuelas privadas subvencionadas (muchas de ellas con fines de lucro hasta hace poco), a pesar de que cobran un copago adicional a la subvención. El hecho de que los padres estén dispuestos a hacer un esfuerzo especial, obedece tan solo a que muchas veces las escuelas públicas locales no ofrecen la calidad suficiente.
Tampoco es obvio que la educación sea tan diferente de la atención a la salud, otro servicio esencial en el que las consideraciones de dignidad y respeto son de importancia. Las clínicas privadas (a veces con fines de lucro) son comunes a través del mundo, sin embargo, no enfrentan la oposición que despiertan las escuelas con fines de lucro. Además, en los países pobres se aceptan ampliamente las transferencias monetarias condicionales, las que de facto significan pagarles a las madres para que hagan cosas como enviar a sus niños a la escuela o llevarlos a una clínica para vacunarlos.
Una acusación de mayor peso es que los incentivos del mercado cambian las conductas de modos que son socialmente perjudiciales. Sandel menciona un estudio muy citado sobre guarderías infantiles en Israel, en las que los padres, luego de haber recibido multas por ir a buscar a sus niños tarde, empezaron a llegar a recogerlos aún más tarde. Al parecer, esto se debió a que los padres consideraban las multas como un arancel, y no se sentían culpables al pagarlas.
Sin embargo, los incentivos del mercado también pueden tener la consecuencia opuesta, y mejorar la motivación o algún otro aspecto de valor. En un estudio de 2012, se examina lo que sucede cuando a los alumnos se les permite escoger una escuela (supuestamente mejor) después de haber ganado en una lotería. La conclusión del estudio es que la tasa de ausentismo se reduce tan pronto como los alumnos se enteran del resultado de la lotería, y que, luego de su traslado a la nueva escuela, se eleva considerablemente su rendimiento en los exámenes.
Contrario a lo que sostienen los tenaces partidarios de uno y otro bando, los resultados de las escuelas públicas y de las privadas no son siempre mejores ni peores que los de la alternativa. Por lo tanto, parece más acertado considerar la forma en que se pueden combinar las virtudes de cada uno de los sistemas, en lugar de simplemente escoger entre uno y otro.
En lo que se refiere a la educación universitaria, en un estudio reciente, David Deming, Claudia Goldin y Lawrence Katz, de la Universidad de Harvard, llegan a la conclusión de que en Estados Unidos «los planteles con fines de lucro funcionan mejor en programas bien definidos y de corta duración, que preparan a los estudiantes para una ocupación específica». En otros ámbitos, las universidades tradicionales sin fines de lucro muestran un mejor desempeño, con una tasa más alta de graduación y mayor éxito en el mercado laboral.
Finalmente, a pesar de que la práctica de enseñar solo para “aprobar el examen” suscita preocupaciones legítimas, existe evidencia de que evaluaciones de profesores bien diseñadas pueden mejorar los incentivos y los resultados en las escuelas públicas y privadas por igual.
En términos más generales, varias investigaciones recientes han dejado en claro que muchos de los factores que repercuten sobre los resultados de la educación no tienen ninguna relación con el hecho de que las escuelas sean públicas o privadas. En un estudio reciente del Banco Mundial, se hace un llamado a que los países dejen de lado las «grandes guerras sobre la educación» y adopten un «enfoque pragmático» frente a las reformas educacionales. Este parece ser un enfoque que vale la pena poner en práctica.
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