El uso y abuso de Keynes en Argentina
“Ahora somos todos keynesianos”, proclamó en 1971 el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon (republicano). Hoy, Axel Kicillof, el ministro de Economía de Argentina (peronista), se hace eco de lo dicho por Nixon. ¿Tiene razón? Kicillof ha logrado reconocimiento internacional como el rostro de Argentina en su lucha contra los llamados fondos buitres, que persiguen a toda costa el pago total de los bonos argentinos que adquirieron por unos pocos centavos de dólar. Pero antes de que integrara el gabinete de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, Kicillof era conocido en los círculos intelectuales de Argentina como el autor del libro Volver a Keynes.
La semana pasada, dirigiéndose a la élite del empresariado argentino que repletaba un elegante salón, Kicillof explicó las políticas del gobierno como una aplicación al mundo real de las teorías keynesianas. En su discurso, de más de una hora de duración, destacó dos puntos principales.
Primero, Kicillof atribuyó el rápido crecimiento económico experimentado por Argentina entre su propia crisis de 2001 y la crisis mundial de 2008 a una reflación keynesiana de la demanda interna agregada. Keynes hizo un tremendo aporte intelectual cuando demostró que en una economía de mercado la oferta no crea necesariamente su propia demanda, y que niveles insuficientes de demanda pueden causar recesiones que son evitables. ¿Es ésta la lógica que ha operado en Argentina?. Cuando la economía argentina implosionó en 2001, las personas perdieron su empleo y las empresas su acceso a crédito, lo que hizo colapsar la demanda interna. La producción cayó en picada.
Pero cuando el país abandonó la paridad cambiaria con el dólar, el tipo de cambio real se depreció masivamente. Esto reorientó la demanda desde las importaciones a los bienes producidos en casa. Luego, un fuerte incremento en el precio de los alimentos exportados, sujetos a fuertes gravámenes en Argentina, aumentó los ingresos, proporcionando fondos para financiar mayores gastos fiscales. Dado el aislamiento de Argentina de los mercados financieros mundiales, su banco central pudo recortar las tasas de interés nacionales con poco temor a una fuga de capitales. Este impulso fiscal y monetario fue la base de una rápida recuperación.
A primera vista, Kicillof parece tener razón; lo anterior es similar a una clásica reflación keynesiana. Sin embargo, Keynes no hubiera dado su visto bueno a las políticas macroeconómicas impulsadas tanto por Fernández como por su marido y antecesor, el fallecido Néstor Kirchner. El enfoque keynesiano busca asegurar que la demanda no sea inferior a la oferta. Los Kirchner han asegurado que la demanda sea muy superior a la oferta. Esto se advierte claramente en la tasa anual de inflación de Argentina, la que se ha mantenido en alrededor del 20% durante más de 10 años, sin que el congelamiento de los precios de los servicios públicos ni las repetidas manipulaciones del índice de precios al consumidor puedan ocultarlo.
El segundo punto de Kicillof fue que ni empresas ni consumidores argentinos deben dejarse llevar por el pesimismo. Aludiendo a las teorías keynesianas sobre las expectativas que se auto-cumplen, advirtió que si la gente espera que las cosas salgan mal, van a salir mal.
Keynes afirmó -con gran perspicacia- que una economía capitalista se parece a un concurso de belleza en el que los jueces no votan por la concursante más bella sino por la que creen que sus colegas consideran la más bella. Es decir, los cambios en las expectativas pueden alterar los resultados. Pero los argentinos no están pesimistas acerca de su economía porque otros argentinos sí lo están. Están pesimistas porque los fundamentos de su economía son débiles, una diferencia fundamental.
En 1991, el premio Nobel de economía Paul Krugman -tal vez el keynesiano más importante a nivel mundial hoy- demostró que son las condiciones económicas subyacentes las que determinan si las expectativas se pueden auto-cumplir o no. Si los fundamentos de una economía son débiles, es inevitable que tarde o temprano ocurra una crisis; si los fundamentos son fuertes, es casi imposible que se produzca una crisis; y si los fundamentos se encuentran en un rango intermedio, una crisis ocurre si -y solamente si- la gente la espera. Hace un par de años, ésta era la situación que prevalecía en la zona euro. Es por ello que cuando el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se comprometió a hacer “lo que sea necesario” para salvar el euro, la crisis de la deuda en la eurozona se detuvo de inmediato. (La crisis del crecimiento, evidentemente, sigue sin resolverse).
Pero Argentina no es la eurozona. Y nada de lo que Kicillof pueda decir hoy tendrá el mismo efecto tranquilizador que la promesa de Draghi. Hoy los argentinos se ven en una situación similar a la de Dorothy cuando ella recién llegaba a la tierra de Oz: ya no están en el terreno seguro y conocido de “Kansas”. La culpa no es de Keynes, sino de Kicillof y Kirchner.
Entrada original en Project Syndicate.org
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