El problema Trump en América Latina
SANTIAGO – El presidente electo Donald Trump triunfó despertando lo peor en el electorado estadounidense. ¿Acarreará ahora su gobierno lo peor para los latinoamericanos, tanto en términos económicos como políticos?
Las primeras señales son solo de mal agüero. Ningún líder yanqui ha tratado tan mal a los países del sur de la frontera estadounidense y a sus ciudadanos desde la época de la diplomacia de la cañonera, hace un siglo atrás. De manera infame, Trump ha calificado a los inmigrantes mexicanos de violadores y asesinos. Y aunque los guatemaltecos, ecuatorianos y colombianos no han sido mencionados de modo explícito, no se sienten especialmente tranquilos.
Tras el anunciado fin de la participación estadounidense en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATPP), compuesto por 12 países, cabe preguntarse si Trump cumplirá su promesa de renegociar las reglas que rigen la zona de libre comercio de América del Norte, o incluso marginarse enteramente del NAFTA. Los acuerdos de libre comercio con América Central, Colombia, Chile y Perú también podrían correr peligro.
Nadie (tal vez ni siquiera el propio Trump) sabe lo que el nuevo gobierno hará a este respecto. Un presidente de Estados Unidos puede renunciar a estos pactos de manera unilateral. Sin embargo, la gran cantidad de legislación para ponerlos en práctica fue aprobada por el congreso estadounidense, y solo puede ser modificada a través de la votación de sus miembros. Un abandono repentino y total de la reglamentación que rige no solo el comercio de bienes y servicios, sino también la inversión, la propiedad intelectual y las licitaciones públicas a través de gran parte del hemisferio occidental, no sería beneficioso para la economía ni para las empresas de Estados Unidos. Puede que el partido Republicano haya dejado de ser el partido del libre comercio, pero es difícil imaginar que un congreso controlado por los republicanos esté dispuesto a lanzarse a ese vacío.
Para México y la cuenca del Caribe, el comercio con Estados Unidos es crucial. Para los países de América del Sur, que mantienen lazos comerciales iguales o mayores con Asia –especialmente China– y la Unión Europea, la macroeconomía y las finanzas son más importantes.
La expectativa de que bajo el gobierno de Trump se produzca un aumento en el gasto en infraestructura en Estados Unidos, ha producido un alza en el precio de diversos productos básicos; además, la incertidumbre general ha impulsado a los inversores a volcarse hacia metales como el oro y el cobre, que funcionan como activos “refugio”, seguros en tiempos turbulentos. Por lo anterior, en el corto plazo los exportadores de minerales como Chile y Perú se están beneficiando. Pero es posible que este aumento de precios sea de corta duración, especialmente si el crecimiento chino continúa su desaceleración.
Si Trump pone en práctica la mitad de lo que ha prometido, y recorta los impuestos de los ricos y aumenta el gasto en defensa e infraestructura, la política fiscal estadounidense se volverá mucho más expansiva. El resultante estímulo a la demanda agregada reforzaría entonces el argumento de que la Reserva Federal debe aumentar las tasas de interés a corto plazo de manera más rápida de lo que tenía pensado. Aunque un cambio semejante en la mezcla fiscal-monetaria puede ser de beneficio para el crecimiento de Estados Unidos en el corto plazo, crearía nuevos desafíos para las economías emergentes de América Latina.
Un aumento en los costos del crédito y una política fiscal más expansiva en Estados Unidos, casi ciertamente se traducirían en un dólar más fuerte. Esta no sería una buena noticia para los gobiernos y las empresas al sur de la frontera. Es cierto que en los últimos años, las políticas más prudentes y los mejores marcos regulatorios han permitido el florecimiento de mercados de bonos emitidos en monedas locales. Sin embargo, en América Latina, gran parte de la deuda pública y en especial la privada, sigue estando denominada en dólares, lo que limita el monto de la depreciación de la moneda que los bancos centrales pueden permitir en respuesta a un alza de las tasas de interés en Estados Unidos.
Hace diez años, los economistas pensaban –con considerable optimismo— que los tipos de cambio flexibles permitirían que los mercados emergentes protegieran sus economías ante a los shocks de política monetaria provenientes de los países desarrollados. La flotación continúa siendo la mejor alternativa, pero hoy día la opinión general es mucho menos optimista. La flexibilidad no solo se encuentra limitada de facto por el endeudamiento en dólares; al parecer, las condiciones monetarias en Estados Unidos se transmiten a otros países de manera bastante independiente de los regímenes cambiarios que estos tengan.
Hélène Ray, de la London Business School, sostiene que los shocks de política monetaria estadounidense repercuten en las primas de riesgo, y que este efecto opera tanto a nivel internacional como nacional. Este mecanismo de la «toma de riesgo» para la transmisión de la política monetaria es tan poderoso internacionalmente que cuando la Fed relaja su política monetaria, el crédito aumenta en todo el mundo y viceversa. Es decir, si las tasas de interés más altas en Estados Unidos fueran de la mano con primas más altas y una reducción del apetito de riesgo por parte de los inversores, América Latina podría encontrarse bajo una tremenda presión financiera.
Y esto nos conduce a la pregunta más amplia: ¿de qué modo afectará Trump las percepciones de riesgo a través del mundo?
Larry Summers y otros observadores serios sostienen desde hace tiempo que a Estados Unidos le hacen falta inversiones en carreteras, puentes y puertos, y que dichas inversiones se autofinanciarían dadas las bajísimas tasas actuales de interés a largo plazo. A esta perspectiva, Trump añade recortes masivos de impuestos para los ricos. Los grandes aumentos en los déficits y el endeudamiento (añadamos a la mezcla bastante retórica nacionalista y amplia inexperiencia en política exterior) fácilmente podrían redundar en un alza de la aversión al riesgo y en un cuantioso incremento en las tasas de interés a largo plazo –lo que socavaría gran parte de los argumentos a favor de las inversiones en infraestructura que se autofinancian–.
Nadie quiere vivir en un mundo con tanta incertidumbre –menos aún la población de los países de América Central y del Sur que todavía son vulnerables. Estas vulnerabilidades son políticas tanto como económicas. Justo cuando los resultados electorales recientes en Argentina, Perú y Venezuela, junto con la limitación de los periodos presidenciales de los titulares en Bolivia y Ecuador, apuntaban a que América del Sur estaba llegando al fin de un ciclo de populismo de izquierda, Estados Unidos y gran parte de Europa parecen estar entrando en un ciclo de populismo de derecha.
En América Latina no faltan demagogos que probablemente traten de imitar la campaña de Trump. La lección de que no se puede decir nada que sea tan inaudito que los medios de comunicación no lo cubran, no pasará inadvertida, como tampoco que los beneficios de recibir mayor atención pesan más que el costo político de la barbaridad expresada. Al igual que en Estados Unidos y Europa, la inmigración –no de países musulmanes sino de naciones vecinas– podría constituir un blanco conveniente. Lo mismo podría ser el nacionalismo: hay cierta simetría poética cuando activistas locales de izquierda se quejan acerca de las amenazas a la autodeterminación nacional –como lo hizo Trump– al criticar al TPP y otros acuerdos comerciales.
El efecto secundario más peligroso de la victoria de Trump para América Latina podría ser el retorno a las contraproducentes políticas del populismo. Solo queda esperar que durante su gobierno, Trump juegue con sus promesas electorales del mismo modo que lo hizo con la verdad durante su campaña.
Columna publicada originalmente en www.project-syndicate.org
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