El corazón antidemocrático del populismo
SANTIAGO – En la reunión anual del Fondo Monetario Internacional efectuada a principios de octubre, se escuchó a muchos de sus participantes expresar algo así: «Si los republicanos hubieran nominado a alguien con las mismas opiniones anticomercio de Donald Trump, pero que no hubiera insultado ni acosado sexualmente… ahora un populista proteccionista iría camino a la Casa Blanca».
La visión subyacente es que el creciente populismo de izquierda y de derecha, tanto en Estados Unidos como en Europa, obedece directamente a la globalización y sus consecuencias indeseadas: la pérdida de puestos de trabajo y el estancamiento de los ingresos de la clase media. Esta es una conclusión abominable para los visitantes frecuentes de Davos, quienes, sin embargo, la han abrazado con el fervor de conversos recientes.
No obstante, existe una visión alternativa y más convincente: aunque el estancamiento económico contribuye a impulsar a los ciudadanos disgustados hacia el populismo, una economía deficiente no constituye una condición necesaria ni suficiente para que la política sea deficiente. Por el contrario, sostiene en su nuevo libro Jan-Werner Mueller, politólogo de la Universidad de Princeton, el populismo es una «sombra permanente» que oscurece la democracia representativa.
El populismo no se trata de los impuestos (ni del empleo, ni de la igualdad de ingresos). Se trata de la representación: quién llega hablar por la ciudadanía y cómo.
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