De Argentina con amor
Dicen que el Presidente Sebastián Piñera es un hombre afortunado. Esa fortuna se aprecia —entre otras cosas— en el gobierno argentino con que le tocó convivir. El de Buenos Aires es un gobierno serio, con ministros y funcionarios de primera calidad técnica. Un gran contraste con el régimen kirchnerista que gobernaba argentina en los años que fui Ministro de Hacienda. Entonces nos tocó sufrir cambios unilaterales de contratos, impuestos ilegales y un corte casi total del gas que entonces usábamos para producir electricidad y calentar nuestras casas. Vaya que han cambiado las cosas desde entonces.
En la integración con Argentina hay un potencial enorme. Hace literalmente dos siglos que venimos hablando de eso y no ha pasado mucho, pero puede que haya llegado el momento de avanzar. Partiendo por infraestructura binacional para cruzar la cordillera. Juntos sumamos más de 60 millones de personas y un producto total de cerca de un trillón (un millón de millones) de dólares, pero no tenemos ni un solo camino de alto estándar que esté abierto con certeza los 365 días del año.
Pero el potencial económico va mucho más allá. Chile pertenece, junto a México, Colombia y Perú, a la Alianza del Pacífico. El grupo ha avanzado en integración mutua y ahora mira al Asia Pacífico, la región donde se jugará el partido de fondo del crecimiento económico mundial en el siglo XXI. Argentina, por su parte, es miembro pleno del Mercosur, bloque que ha ido de tumbo en tumbo y que —más allá del sector automotriz— no ha logrado conectar y modernizar a las economías del lado Atlántico de nuestro continente.
El camino está claro: que un nuevo Mercosur, liderado por Argentina, se pliegue al acuerdo del Pacífico y tengamos solo un bloque en el que las personas, los bienes y los servicios puedan transitar libremente por América del Sur. Más adelante, cuando vuelva la democracia a Venezuela, ese país también sería bienvenido.
La dificultad principal hoy es el incierto futuro político de Brasil. Si de las elecciones de este año surge un gobierno moderado, entonces las cosas pueden avanzar. Pero si gana un populista de extrema derecha o de extrema izquierda (y eso no es imposible), entonces la cosa se pone mucho más difícil.
Un gran problema económico de América del Sur es que exportamos los mismos bienes que hace 20, 30, 40 o 50 años. Hemos hablado mucho de “agregar valor” a nuestras exportaciones, pero esas palabras casi siempre se las ha llevado el viento. ¿Cómo lo hacen en Europa o en Asia —e incluso en América del Norte, incluyendo México—, que han tenido resultados diferentes? Arman cadenas de valor. Por ejemplo, ese iPhone que tienes en el bolsillo fue diseñado en California y ensamblado en China, pero tiene componentes de Corea, Taiwán, Malasia, Tailandia, Singapur, Vietnam, y quién sabe cuántos países asiáticos más. Las cadenas de valor permiten que los países exporten componentes y no productos terminados, y así la industrialización y la diversificación de las exportaciones se vuelve más factible.
En el mundo hay tres grandes cadenas de valor. La asiática, con China en el centro; la europea, en torno a Alemania; y la de América del Norte, cuya ancla obviamente es Estados Unidos. ¿Por qué no crear una cuarta en nuestra región, con el cono sur de Sudamérica como corazón? Esa sí que sería una idea grande para el siglo XXI.
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