Campaña presidencial: por suerte llega a su fin
Lo mejor del gélido invierno de Nueva Inglaterra, dijo Emerson, es que llega a su fin. Lo mismo podemos afirmar los chilenos sobre la segunda vuelta presidencial.
Ha sido una campaña pobre en ideas y rica en ofertas. Enfrentados a la monumental tarea de llevar a la urna a los desencantados, ambos candidatos malentendieron el desafío. Un ciudadano escéptico que siente que por décadas la clase política le vendió una pomada, no cambia de parecer si le ofrecen un tubo más del mismo producto.
Tampoco se vende al mejor postor.
Piñera de pronto descubrió su preferencia por la gratuidad universitaria y la adopción homoparental, al tiempo que Guillier —quien alguna vez presumió de una moderación propia de Club Radical— citaba al Che Guevara y prometía condonar deudas a destajo. Más que transmitir adhesión a estas causas, los candidatos parecieron revelar su amor por el poder —a cualquier costo.
En el debate final ninguno ostentó su apego a la verdad.
Piñera se complació en demostrar a su contrincante que en 2009 la economía chilena estaba —obviamente— en recesión. Omitió añadir que la contracción se debía a una gigantesca crisis internacional y —más importante aún— que a fines de 2009 y comienzos del 2010 la economía ya se recuperaba con fuerza —por lo que el crecimiento posterior se debió a este viento de cola, a la reconstrucción post-terremoto y al alza en el precio del cobre, no a algún giro providencial de política económica al asumir el nuevo del gobierno.
Guillier afirmó que los ahorros previsionales no son de los afiliados porque, una vez depositados en una AFP, no se pueden retirar hasta jubilar. Omitió decir que el esquema de administración estatal que promueve sería, en esta dimensión, idéntico, porque se trata de ahorros obligatorios para la vejez.
Ni siquiera respecto a sus supuestas especialidades han podido convencer los candidatos.
Sebastián Piñera, el auto-designado candidato del crecimiento económico, nunca se ha dado la molestia de explicar a los electores cómo lograría esa expansión. Basta, parece decir, con que un candidato de derecha habite La Moneda para que se desaten los espíritus animales de los que habló Keynes y retorne la inversión. Eso acaso sea cierto en los primeros seis meses. ¿Y después? ¿Con qué medidas pretende diversificar las exportaciones y aumentar la productividad? Aún esperamos respuesta.
Alejandro Guillier, supuestamente el candidato de la igualdad, no ha sido capaz de articular siquiera un par de ideas acerca de qué tipo de igualdad desea y cómo pretende alcanzarla. En sus esfuerzos por atraer al Frente Amplio, se enredó una y otra vez en torno al Crédito con Aval del Estado. Sobre las causas de fondo de la desigualdad —el descuido de la niñez, la deserción escolar, la mala calidad de la educación, el bajo empleo de mujeres y jóvenes, la segregación urbana, la discriminación laboral— ha tenido poco y nada que decir.
Y no solo acerca de estos asuntos han sido estos candidatos a líder incapaces de liderar.
El calentamiento global amenaza la vida humana en nuestro planeta. La robotización puede eliminar la mitad de los empleos, especialmente muchos (de conductores, operarios y cajeros) que por décadas han dado sustento a la clase media. En un mundo que se urbaniza a matacaballo, el carácter de las ciudades que construyamos determinará la calidad de nuestras vidas. La globalización afecta las culturas locales y las identidades políticas tradicionales se sienten asediadas (¿cómo entender, de otro modo, el Brexit?).
Esos son algunos de los desafíos clave del siglo XXI pero —al menos a juzgar por los énfasis principales de sus campañas— los candidatos no se han enterado. Más allá de la retórica sobre lo mucho que Chile cambió, esta ha sido una elección acerca del pasado, no el futuro.
Dadas las opciones disponibles, en la elección del pasado 19 triunfó la polarización. Ese resultado dejó a buena parte del electorado —de clase media, edad media e ideas del medio (la frase es de A. B. Giamatti)— sin candidato.
Lo ocurrido en la campaña de segunda vuelta solo confirma esa ausencia.
Somos muchos los ciudadanos que rehusamos otorgar la confianza del voto a quienes no han demostrado merecerla, ni han sido capaces de esbozar una visión convocante para el futuro de Chile.
Hemos tomado una opción política. No haremos la vista gorda ni marcaremos preferencia por el mal menor. Votaremos, con el corazón adolorido, nulo o blanco este domingo.
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