«El verdadero test de una reorientación del gobierno es si se reforman las reformas» Entrevista en diario La Tercera.
“Aprendí que vivir en el mundo público tiene sus altibajos”, afirma el ex ministro Andrés Velasco cuando se le consulta por sus últimas semanas de bajo perfil. Así, con sutileza, hace referencia al caso Penta y a la polémica charla pagada que dio a los dueños del holding. “También aprendí que hay que perseverar en la defensa de las ideas, aunque tenga costos”, se apura en puntualizar.
Así, el ex ministro retoma su ofensiva y pone suspenso al anunciado giro del gobierno de Bachelet. “Todavía está por verse qué acciones van a confirmar que hubo un cambio de rumbo” sostiene.
¿Cuál es su interpretación del “realismo sin renuncia” que acuñó recientemente Bachelet?
Espero que sea el reconocimiento de una necesidad patente, que es la de reorientar la labor del gobierno. El balance del primer tiempo no es bueno, el gobierno perdió por goleada, aunque hubo jugadas buenas.
¿Cuáles rescata?
El sistema binominal claramente es importante, el acuerdo de vida en pareja…
¿La reforma tributaria?
La reforma tributaria era necesaria, pero su contenido deja mucho que desear. Si uno mira en términos más gruesos, la aprobación es baja, las reformas principales del gobierno generan mucho rechazo y la economía está plana. Ese balance hacía imperioso un cambio de rumbo.
Entonces, valora el punto de inflexión sincerado por la Mandataria…
Más que los titulares tiendo a fijarme en las acciones y creo que está todavía por verse qué acciones van a confirmar no sólo un cambio de rumbo, sino que un retorno hacia al centro y a la manera que en Chile por 20 años los gobiernos de centroizquierda hicieron las cosas, que era buscando el diálogo, generando acuerdos y aplicándoles alta calidad a los cambios.
¿Celebra la derrota de la tesis de la refundación?
Esa tesis se encontró con la porfía de los hechos y de las preferencias de los chilenos. Se da la paradoja de que la coalición, muchos parlamentarios y dirigentes partidistas hicieron suya la agenda de cambios impulsada por movimientos sectoriales, como el estudiantil. ¿Y por qué lo hicieron? Porque era popular, atraía apoyos, votos. Y la realidad objetiva, un año y medio después, es que no han traído apoyo, la clase media y la gente se manifiesta en contra de ella y un gobierno que partió con una aprobación muy alta en las encuestas, hoy toca mínimos históricos.
Eso suena a un error de cálculo original. ¿De quién es la culpa?
El problema no es de quiénes, sino de qué. Se leyó mal la situación de Chile. Se pensó que porque hubo gente en las calles se quería el fin del proceso de modernización del país, cuando la lectura correcta era todo lo contrario. Lo que esa gente quería era que el proceso de modernización abriera sus puertas, y como dijo Carlos Peña, los dejara entrar. Se da la paradoja de que se emprendió una reforma educacional que terminó creando dificultades a los privados, dejando intocado lo público, con tremendas controversias que no ha dejado contentos ni a los apoderados de clase media, ni a los líderes más radicalizados del movimiento estudiantil. Amén de que hay preguntas pendientes importantes en cuanto a la factura técnica de esa reforma. Ese es un ejemplo de cómo se diagnostica mal un problema y cómo se toman medidas buscando rédito político y con la paradoja que ese rédito no llega.
En el “realismo sin renuncia”, el gobierno ha esgrimido tres razones para replantearse las cosas: que la crisis económica es más dura de lo pronosticado, que hay problemas de gestión y que hay ripios de comunicación. ¿Comparte el diagnóstico?
Que la situación es más dura no cabe duda. Pero el debate de si el Imacec fue dos décimas más o menos es el debate equivocado. Cuando uno hace reformas no las hace pensando en la actividad económica mensual, sino que en cuál va a ser la capacidad de la economía para ponerlas en práctica en los próximos 20 o 30 años. Lo que pasa en un trimestre no puede justificar el juicio que uno tenga sobre una reforma. Si se va a cambiar la manera cómo se financia la educación en Chile, uno cree que el nuevo sistema va a estar en práctica por los próximos 10, 20, 30 años. Lo que haya pasado en un trimestre es secundario. El problema es otro: había un diagnóstico equivocado y un problema global de diseño.
¿Fue un error llevar tantas reformas en forma simultánea?
Participé en un gobierno por cuatro años y aprendí que abordar una o dos reformas estructurales es posible, pero abordar siete u ocho parece surrealismo. Cuesta entender, mirando hacia atrás, cómo la agenda se fue abultando y a los tres ejes iniciales se les fueron agregando otras cosas.
Han pasado dos meses del cambio de gabinete, del momento en que arribaron, según dijo, dos “portentos” al gobierno. ¿Es este un gobierno distinto al que empezó?
Llegaron dos personas muy capaces, los conozco mucho, y en este país machista, se suele omitir un tercer nombre que también conozco mucho, que es Adriana Delpiano, una persona dialogante, con experiencia y muy capacitada para el cargo que le tocó. Por sus obras los conoceréis; el verdadero test de una reorientación del gobierno es si se reforman las reformas. El cambio que se requiere no es de relaciones o eslóganes, sino de orientación y de acción legislativa. Celebro que, al parecer, habrá un proyecto que modifique la reforma tributaria; es muy importante que ese proyecto vaya al meollo del asunto. Como lo reconoció el ministro Valdés, el producto quedó demasiado complejo. El propósito era recaudar más de un modo que no le pusiera trabas al ahorro, a la inversión o al empleo, pero al final se crearon tantas complejidades, que esas trabas están ahí. No conozco en el mundo un país que tenga dos regímenes primarios de tributación. Siempre hay uno primario y luego algunos especiales. Mi preferencia sería abolir el sistema de renta atribuida, perfeccionar el sistema semiintegrado y asegurar que arroje tasas de recaudación de 3% del PIB. Hay que estar dispuesto a reconocer que había un objetivo ampliamente compartido, recaudar más, pero que ese objetivo se alcanzó con problemas serios que hay que abordar.
El equipo del ex ministro Arenas ha dicho que la reforma tributaria fue proyectada con cálculos conservadores, y que su resultado, tan complejo, fue resultado de un acuerdo transversal entre gobierno y oposición…
Estaban todos los parlamentarios en ese acuerdo, todos lo firmaron y tendrán que hacerse responsables. Esa responsabilidad es parcial, lo que salió es mejor de lo que ingresó, el problema es que lo que salió no es suficientemente bueno.
¿Cuánta responsabilidad le cabe al ex ministro Alberto Arenas?
No voy a caer en la crítica personal: sobran críticas personales y faltan críticas sustantivas. El problema fue imponerse la meta de sacar la reforma en 30 días. Ni aunque hubiesen tenido al supermán de la política tributaria eso hubiese sido posible. El segundo error, y ese es del mundo de los partidos, es legislar desde el eslogan. Uno veía cómo gente que nunca en su vida había hecho referencia al FUT descubría de la noche a la mañana que lo único central era eliminarlo, pero era incapaz de explicar en qué consistía.
Esta semana, en el proyecto de carrera docente, el gobierno tuvo que pactar con la oposición para aprobar la idea de legislar…
Estamos sufriendo la política de las barras bravas. Llegado el momento de votar se llenan las tribunas, van los grupos de interés, gritan, tiran monedas, lo que provoca que algunos parlamentarios llegan y se ausentan, tal como ocurrió en el proyecto de interrupción del embarazo. No llegan a votar a un tema que lleva décadas de debate, hay un proyecto, viene la votación ¡y no hay quórum! ¿Quién entiende eso? Ese es un acto de amilanamiento, de gente que dice mejor no corro ni un riesgo, me enfermo ese día. Y una situación similar se dio en carrera docente, en que los parlamentarios no quieren pagar costos de ningún tipo, temen que les llegue algún insulto de la galería y se abstienen. Y la excusa que dan es que la discusión recién comienza y… ¡por supuesto que recién comienza! ¡Si se está votando la idea de legislar!
¿Tiene alguna expectativa en el cónclave de la Nueva Mayoría?
Está por verse. El problema de la Nueva Mayoría va más allá de los cambios en la redacción de un proyecto, lo digo con toda claridad: no creo que la Nueva Mayoría sea un conglomerado que vaya a sobrevivir más allá de este gobierno. Episodios como la carrera docente dejan cada vez más al desnudo, primero, las diferencias ideológicas que hay y, segundo, el deterioro del ánimo de camaradería que cualquier conglomerado debería tener.
En el caso de la reforma laboral, usted pidió ser incluido entre quienes intervendrán en la Comisión de Trabajo. ¿A qué se debe tanta urgencia por hablar?
Me preocupa y mucho, partiendo por una situación previa a los contenidos que están en el proyecto de ley. Este proyecto es otro ejemplo de cómo el foco se pone en las cosas que no son más prioritarias. Es claro que en Chile hay mejoras que hacer en la negociación colectiva y que es deseable buscar relaciones más horizontales entre empleador y empleado. Pero ese es sólo uno de tres o cuatro temas prioritarios. La reforma laboral tiene cosas loables, pero tiene deficiencias. Nadie entendería que con el cambio de ley en materia de negociación colectiva dos trabajadores idénticos, que trabajan en la misma planta, en la misma labor, ganan sueldos distintos. Un tercer elemento, en materia de reemplazo en huelga, esto no es blanco y negro. Una fórmula que me gusta es prohibir el reemplazo en huelga con trabajadores externos, pero si hay un trabajador que no está en el sindicato, no está en huelga, puede ayudar a hacer mantenimiento a la planta, de manera que esas máquinas no se oxiden.
La tesis que parece que con Valdés se ha retomado, es que el ministro de Hacienda es quien regula las expectativas y no quien las alienta. Arenas parecía un guardián del programa más que quien ponía los límites. ¿Equivocó su rol?
Yo no creo que ese diagnóstico sea aplicable a Alberto Arenas, sino que es aplicable al modo como la coalición se condujo en economía. Un elemento central de la gobernanza democrática consiste en entender que el liderazgo implica conducir, moldear y gobernar expectativas y no ceder ante las demandas de la barra brava. ¿Y qué hizo la Nueva Mayoría a partir de 2011? Revise el número de proyectos de ley sobre gratuidad en la educación antes de 2011. No había ninguno, y súbitamente después todos creen que es la panacea, y eso ¿por qué? Porque se casaron con un tema que iba a dar réditos políticos.
Usted afirmó en una columna que el último acto de sinceramiento del gobierno era que la promesa de nueva Constitución no se cumpliría. ¿Será esa la principal renuncia?
Plantear el tema constitucional como se planteó fue el principal error de este gobierno. Distingo la necesidad de hacer cambios constitucionales, somos casi todos, salvo los retardatarios de la UDI, los que sabemos que hay cosas que hay que modificar. Lo que está en juego no es la necesidad de hacer cambios, sino que otras dos cosas, el falso dilema del todo o nada y permitir que tomaran fuerza tesis bastante bizantinas utilizando lo que el ministro Burgos acertadamente llamó como “atajos raros”. Los chilenos nos preciamos de ser gente seria, miramos el continente y pensamos ‘no somos un país perfecto, se cometen errores, en política se cometen aún más errores, pero al final somos un país serio’. Cuando volvemos a los 60 o 70, a buscar subterfugios constitucionales, se genera malestar e incertidumbre.
¿Está hoy más cerca del gobierno que al inicio? ¿Se puede abrir una nueva etapa para la relación entre Fuerza Pública y la Nueva Mayoría?
Nuestras diferencias con la Nueva Mayoría no tienen que ver con personas, tienen que ver con una orientación y con una lectura de la situación del país que nos parece errada. No nos sentimos cercanos a un proyecto político que de modo irreflexivo soluciona todos los problemas en el Estado. No porque el Estado no tenga que jugar un rol, sino porque el debate se ha planteado en términos que más obedecen a la década de los 60 que al siglo XXI. Esto no se trata de más o menos Estado, se trata de dónde, cuándo y cómo. ¿En qué estamos nosotros? Trabajando intensamente en Fuerza Pública y esperamos volver a darles a esas ideas de centro reformistas y progresistas una presencia que se ha perdido. Y ojo, que defender las ideas de centro no es sencillamente contentarse con decir “le introduje un matiz” a un proyecto de ley, como han dicho algunos parlamentarios, se trata de defender las ideas y pagar costos.
Hace tiempo que usted no concedía entrevistas, en especial, tras el caso Penta. Con el panorama más despejado, ¿cómo vivió esos momentos? ¿Qué lecciones sacó?
Estos momentos no son fáciles para nadie, ni para uno, ni para la familia, ni para la gente con la que uno trabaja, pero la lección que he sacado es que uno está expuesto a malos ratos, que vivir en el mundo público tiene sus altibajos. También aprendí a que hay que perseverar en las ideas y defenderlas, aunque tenga costos políticos.
Su nombre ha bajado en las encuestas, como la del ranking de los políticos con más futuro. Uno puede interpretar que la gente no le creyó. ¿Por qué cree que se da este fenómeno? ¿Le duele?
Cuando el país vive una crisis de esta magnitud, cuando la credibilidad de la clase política está en entredicho, ponerse a mirar encuestas con lupa y complacerse porque hubo quien subió o bajó un par de puntos me parece inadecuado. No es el momento para eso.
Hace unas semanas usted fue a La Moneda, la primera vez en todo lo que va del gobierno de Bachelet. ¿Se sintió vetado antes? ¿Cómo evaluó ese gesto?
La Moneda es la casa de todos, así es que siempre es bueno poder asistir y me pareció una iniciativa muy importante. El ministro de Economía ha propuesto algo que apoyo con entusias- mo, y que es tener un comité que piense en temas de productividad. La política está llena de ideas, pero esas ideas hay que pasarlas por algún tamiz, un cedazo, y un posible cedazo es preguntar sobre la productividad. Me sentí recibido con respeto y cordialidad, me complació ver a personas que no veía hace mucho tiempo, con las cuales trabajé, soy de los que creen que las amistades y el buen trato están más allá de las posiciones políticas.
¿Y cómo vio a la Presidenta?
La vi haciendo una buena descripción de cuáles son los desafíos y creo que eso lo hace bien. Me gustaría verla hacer más de lo que hizo, que fue levantar el teléfono o al menos hacerlo por televisión y exigirles a los parlamentarios de su coalición que se ordenen en torno a los proyectos del gobierno. El capital político es para gastarlo y en esta coyuntura lo que hay que hacer es gastarlo en darle concreción a este giro que anuncia el gobierno.
Noticia Original: La Tercera
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