Navegar sin viento

Navegar sin viento

Después de las elecciones, a todos nos llaman nuevos desafíos. Algunos, los ganadores, se preparan a enfrentar un nuevo gobierno. Otros tenemos que repensar lo viejo, abrir las ventanas, dejar entrar el aire y dar bienvenida a lo nuevo.

Como parte de ese recambio, algunas ideas se me vienen a la cabeza.

Lo primero es que al centro (en realidad los centros —socialdemócrata, socialcristiano, liberal) le fue mal en esta elección. De eso no cabe duda. Quienes habíamos zarpado con las velas abiertas hinchadas de buenas intenciones y buscábamos crear un proyecto de desarrollo moderno para el país, encontramos un tremendo escollo que, esta vez al menos, no supimos remontar.

Ahí seguimos: un grupo que se apoya espalda con espalda para tomar firmemente del timón. Afectados desde luego por la derrota, pero con el deseo intacto de avanzar y encontrar puerto.

¿Qué pasó? ¿Por qué le fue mal al centro político chileno?

El problema del centro no es la falta de electores potenciales. Como decía un viejo profesor mío, son muchos los votantes de clase media, edad media e ideas del medio. En el último año conversé con cientos (quizá sean miles) de ellos en Curicó, Molina, Talca, San Clemente, y tantas otras ciudades y pueblos. Escuché de ellos que están orgullosos de lo que han logrado, de la casa que con esfuerzo adquirieron, del emprendimiento que echaron a andar, de los hijos e hijas que llegaron a la universidad. Quieren oportunidades, que no se les discrimine, no quedar completamente al descampado si se enferman o pierden el trabajo. Pero no quieren ni retroexcavadoras ni refundaciones. La casa hay que agrandarla y arreglarla, no echarla abajo para partir de cero.

Y como esos compatriotas se han esforzado para desempeñarse cada vez mejor en sus trabajos, también quieren líderes que se desempeñen mejor; que hayan pensado en los problemas comunes, inspiren confianza, y tengan claro hacia donde quieren llevar al país (ese el fue el problema insuperable de Guillier: nunca logró convencernos de que estaba capacitado para hacer la pega).

Votantes así son muchos en Chile. Y son los votantes, aquí y en la quebrada del ají, tienden hacia el centro. Pero esta vez no logramos levantar una bandera o un proyecto que los movilizara con la fuerza y el alcance suficientes (o lo logramos solo en circunstancias aisladas, como los 45 mil votos que nuestra lista de senadores obtuvo en el Maule).

La izquierda populista trató de argumentar que el crecimiento económico y la calidad de las políticas públicas no le importan a nadie. El resultado de esta elección demostró que ese argumento es falso. A la gente le importan, y mucho. Y le importan especialmente a las familias de clase media que con dificultades llegan a fin de mes, y para quienes los buenos empleos con buenos sueldos son absolutamente clave. Esas palabras impronunciables (crecimiento, empleo), hoy se les recita con esperanza. Cuando la gente anhela mejores oportunidades económicas o laborales, no habla de refundación, ni de volver al pasado. Porque es en el futuro donde se proyecta.

Sebastián Piñera terminó siendo el candidato del crecimiento económico a pesar de que jamás explicó qué haría para que la economía crezca. Basta, pareció decir, con que él regrese a La Moneda para que los empresarios vuelvan a invertir. Eso quizá sea cierto en los primeros seis meses. ¿Y después? ¿Con qué medidas pretende diversificar las exportaciones y aumentar la productividad? Nunca lo aclaró. Pero, dada la poca claridad del contendor, esta y otras carencias de Piñera no fueron obstáculo decisivo para que mucha gente, con poco entusiasmo, votara por él.

El segundo desafío que parece más urgente tras esta elección tan adversa es lograr que el centro sea algo apasionante. Un riesgo del centro es concebirlo puramente en términos geográficos: una parada intermedia en el camino entre izquierda y derecha. Una mescolanza prudente de las ideas de los dos extremos. Eso no entusiasma a nadie.

El centro puede ser radical, como decía el inglés Anthony Giddens. Con ideas propias, distintivas, audaces. Son tantos los asuntos de futuro sobre los cuales las coaliciones tradicionales no están hablando: cambio climático, trabajo y automatización, empleo de mujeres y jóvenes, desarrollo urbano, calidad de vida. Ahí —y no solo ahí— está el espacio del nuevo centro.

La tercera lección para el centro —y para todos— es que, con el actual sistema electoral, el que va solo o en una coalición chica no llega a puerto. Eso el Frente Amplio lo entendió mejor que nadie. Muchos partidos, por pequeños que algunos sean, y muchos candidatos, suman. El FA eligió diputados con 2 por ciento en votación individual, porque sus muchos compañeros de lista le sumaron. Lo que tienen que hacer los distintos centros es obvio: unirse. Como está de moda decir, puede que el pasado nos separe, pero el futuro nos une. Hay distintas tradiciones de centro en Chile. Llegó la hora de que conversen. Esa conversación no será breve, ni su resultado evidente. Por eso mismo la conversación tiene que partir más temprano que tarde.

En esta elección elegimos entre lo que había. La cara del nuevo Chile —que en parte salió a votar y en parte se quedó en la casa— sigue mostrando una mueca de disgusto ante las alternativas existentes. Es la cara de los sectores medios emergentes, los que no votan regularmente, los que no se sienten representados en el “clima” político hasta que termina afectando sus propias vidas.

Es irónico que sea la derecha la que sintonizó de mejor manera sus temores, y no la izquierda enarbolando la bandera de las reformas.

De las derrotas se aprende más que de los triunfos. Nosotros, los del centro, debemos aprender. Algunos de esos aprendizajes son los que he mencionado aquí. Pero no son los únicos.

En lo inmediato, lo que toca es un respiro. En mi caso, para devolver a mi familia parte de las horas dedicadas a la política. Para mirar más allá de la contingencia, y con calma encontrar un rumbo para seguir adelante.

Los cambios importantes sólo se consiguen a través de la perseverancia. Sumando gente e ideas, aunque sea de a poco.

Incluso en medio del mar sabemos que hay un puerto. Para alcanzarlo cuando el viento no hincha las velas hay que poner el hombro. Remar y seguir remando, con la vista en el horizonte.